martes, 28 de junio de 2016

Y simplemente... gracias.

¡Saludos a todos! Parecía que este blog ya estaba acabado, que sólo había sido un lugar de inspiración pasajera, ¿verdad?. Pues aquí vuelvo, casi 4 años después. Me he decidido a escribir porque al visitar de nuevo este blog y releer mis entradas me he acordado de la persona que era, y he recordado que no soy distinto (de momento). Y por eso quería contar una anécdota recién salida de este curso (3º de Medicina).

La verdad es que, ya sea por H o por B, este ha sido un curso duro. No ha sido duro por el contenido sino por todo lo que lo ha rodeado. Y quizás haya sido ese primer contacto con el hospital, ese primer contacto con los pacientes que, sin poder evitarlo, se mueren, lo que ha hecho el curso algo más cuesta arriba.

Para los que no lo hayáis deducido ya, yo estudio Medicina. Hasta ahora, todo había sido estudiar y hacer exámenes. Pero este curso ha sido distinto. Este año he entrado en la habitación de una persona, para ver cómo se le agotaban las fuerzas. Y no ha sido sólo uno; por desgracia, en los hospitales hay gente que se muere. O peor, pierden toda capacidad de comunicarse con el medio que les rodea, pierden la capacidad de reconocerse a sí mismos y quedan en un estado a caballo entre dos mundos, y no terminan de avanzar hacia ninguno.

La verdad es que acompañando a todo esto, yo he tenido que pasar por un largo proceso de enfermedad que me ha hecho comprender todo lo que yo estaba viendo en mis prácticas como "médico". Y cuando un médico no sabe lo que tiene, y lo que tiene se presenta todos los días, eso le aterra.

Le aterra porque los médicos sólo ven a ese 5% de la sociedad. Ese 5% que enferma. Realmente, el 95% de las personas (adolescente-adulta) no tiene nada a lo largo de su vida (nada más allá de un catarro o un esguince). Solamente un 5% más o menos de la población  tiene algo que requiere atención médica. Y los médicos están constantemente rodeados de ese 5%, de tal forma que para lo que las personas ajenas a la Medicina es raro, para el médico es el pan de cada día.

Yo siempre me he preguntado cómo consiguen aguantar un ambiente en el que el sufrimiento, las calamidades, las malas noticias e incluso el "fracaso" (éxitus) es una gran parte de lo que ves diariamente. La verdad es que esta pregunta ha rondado mi cabeza estos 3 años, y no se me ha ocurrido respuesta alguna. Pero hace dos días la cosa ha cambiado.

Tuve la oportunidad de asistir a una guardia en un nivel de enfermos graves. A diferencia de toooodas las prácticas a las que he asistido (en la que los estudiantes somos algo así como una planta, ni habla ni contribuye de ninguna forma al bienestar del paciente), en esta algo fue diferente. Tuve la oportunidad de hablar con una paciente grave, y además pude ser útil, pude ayudar. Al final de la guardia, tras aproximadamente 8 horas de tratamiento en urgencias, descubrimos el problema de la paciente, que por suerte era fácilmente corregible.

Al darle el alta a esa paciente, con la que había cogido algo de especial cariño porque ha sido "mi primera paciente", tanto ella como su marido se dirigió hacia la doctora con la que estaba y hacia mi y expresó su gratitud, y mas allá de eso me dijo la frase que no se me va a ir de la cabeza: "Tú podrás ser muy buen médico, o buen médico o lo que sea, pero esa cara de buena persona que tienes no te la quita nadie. De verdad, muchísimas gracias".

La paciente abandonó por su propio pie las urgencias, y como es lógico no he vuelto a saber de ella. Pero lo que si sé es que desde entonces, ahora cuando voy a las prácticas me encuentro de forma diferente. Las enfoco de otra manera, y me interesa mucho más cualquier cosa que pueda aprender para ayudar.

Realmente, la paciente sólo me dio las gracias (algo que nos han enseñado a dar desde pequeñitos, y que estamos tan acostumbrados a recibir...). Aun así, estas gracias fueron diferentes, sinceras y sobre todo, esperanzadoras. Esperanzadoras porque, a pesar de estar rodeado de todo tipo de infortunios de salud, me he dado cuenta de que lo que hago inspira, de vez en cuando, un sentimiento de gratitud sincero que llena todo el hueco que pueda dejarme la inseguridad, el temor y la duda. Casi todos hemos aprendido a dar las gracias, pero pocos saben recibirlas.

""Es tan grande el placer que se experimenta al encontrar un hombre agradecido que vale la pena arriesgarse a no ser un ingrato."


Alvaro M.